Salmos para encontrar pareja

 SALMO 32 (31)

Alivio del que confesó su pecado.— El pecado escondido hace estragos en nuestra conciencia. La confesión es ya una
liberación. Más aún la que se hace en la Iglesia, recibiendo un signo sensible de este perdón.

1 Dichoso el que es absuelto de pecado
y cuya culpa le ha sido borrada.
2 Dichoso el hombre aquel
a quien Dios no le nota culpa alguna
y en cuyo espíritu no se halla engaño.
3 Hasta que no lo confesaba,
se consumían mis huesos,
gimiendo todo el día.
4 Tu mano día y noche pesaba sobre mí,
mi corazón se transformó en rastrojo
en pleno calor del verano.
5 Te confesé mi pecado,
no te escondí mi culpa.
Yo dije:» Ante el Señor confesaré mi falta».
Y tú, tu perdonaste mi pecado,
condonaste mi deuda.
6 Por eso el varón santo te suplica
en la hora de la angustia.
Aunque las grandes aguas se desbordasen,
no lo podrán alcanzar.
7 Tú eres un refugio para mí,
me guardas en la prueba,
y me envuelves con tu salvación.
8 «Yo te voy a instruir, te enseñaré el camino,
te cuidaré, seré tu consejero.
9 No sean como el caballo o como el burro
faltos de inteligencia,
cuyo ímpetu dominas
con la rienda y el freno.»
10 Muchos son los dolores del impío,
pero al que confía en el Señor
lo envolverá la gracia.
11 Buenos, estén contentos en el Señor,
y ríanse de gusto;
todos los de recto corazón, canten alegres.


SALMO 38 (37)

Oración en la desgracia.— En el momento de la enfermedad y de la desgracia, el hombre se pone a reflexionar y descubre que su miseria más grande es ser pecador.

2 Señor, no me reprendas en tu 
enojo, ni me castigues si estás indignado.
3 Pues tus flechas en mí se han 
clavado, y tu mano se ha cargado 
sobre mí.
4 Nada quedó sano en mí por causa 
de tu ira, nada sano en mis huesos, 
después de mi pecado.
5 Mis culpas llegan más arriba de 
mi cabeza, pesan sobre mí más que 
un fardo pesado.
6 Mis llagas supuran y están fétidas, 
debido a mi locura.
7 Ando agobiado y encorvado, 
camino afligido todo el día.
8 Mi espalda arde de fiebre y en mi 
carne no queda nada sano.
9 Estoy paralizado y hecho pedazos, 
quisiera que mis quejas fueran 
rugidos.
10 Señor, ante ti están todos mis 
deseos, no se te ocultan mis gemidos.
11 Mi corazón palpita, las fuerzas se 
me van, y hasta me falta la luz de 
mis ojos.
12 Compañeros y amigos se apartan 
de mis llagas, mis familiares se 
quedan a distancia.
13 Los que esperan mi muerte 
hacen planes, me amenazan los que 
me desean lo peor, y rumian sus 
traiciones todo el día.
14 Pero yo, como si fuera sordo, no 
oigo; soy como un mudo que no abre 
la boca, 15 como un hombre que no 
entiende nada y que nada tiene que 
contestar.
16 Pues en ti, Señor, espero; tú, 
Señor mi Dios, responderás.
17 Yo dije: «Que no se rían de mí, 
ni canten victoria si vacilan mis 
pasos».
18 Ahora estoy a punto de caer, y 
mi dolor no se aparta de mí.
19 Sí, quiero confesar mi pecado, 
pues ando inquieto a causa de mi 
falta.
20 Son poderosos mis enemigos sin 
causa, incontables los que me odian 
sin razón.
21 Me devuelven mal por bien, y me 
condenan porque busco el bien.
22 ¡Señor, no me abandones, mi 
Dios, no te alejes de mí!
23 ¡Ven pronto a socorrerme, oh 
Señor, mi salvador!


SALMO 70 (69)

2 Dígnate, oh Dios, librarme; 
apresúrate, Señor, en socorrerme.
3 Queden avergonzados y humillados 
los que buscan mi muerte.
Que retrocedan, confundidos, los 
que se alegran con mi desgracia.
4 Que se escondan de vergüenza 
los que dicen: «¡Esta vez lo pillamos!»
5 Pero que en ti se alegren y regocijen 
todos los que te buscan; y los 
que esperan tu salvación repetirán: 
«¡El Señor ha sido grande!»
6 Tú ves cuán pobre soy y desdichado, 
oh Dios, ven a salvarme.
¡Tú eres mi socorro, mi liberador, 
Señor, no tardes más!



SALMO 71 (70)

Oración de un anciano.— Al fin de la vida conoceremos mejor la misericordia de Dios, y nos será fácil recordar todas las maravillas que hizo para nosotros. Supliquémosle que, al terminarse nuestra vida presente, nos otorgue el verdadero consuelo.

1 En ti, Señor, confío, que no 
quede decepcionado.
2 En tu justicia tú querrás defenderme, 
inclina a mí tu oído y sálvame.
3 Sé para mí una roca de refugio, 
una ciudad fortificada en que me salve, 
pues tú eres mi roca, mi fortaleza.
4 Líbrame, oh Dios, de la mano del 
impío, de las garras del malvado y 
del violento, 5 pues tú eres, Señor, mi 
esperanza, y en ti he confiado desde 
mi juventud.
6 En ti me apoyé desde mis primeros 
pasos, tú me atrajiste desde el 
seno de mi madre, y para ti va siempre 
mi alabanza.
7 Pero ahora para muchos soy un 
escándalo, y sólo me quedas tú, mi 
amparo seguro.
8 Llena de tu alabanza está mi 
boca, de tu esplendor, el día entero.
9 No me despidas ahora que soy 
viejo, no te alejes cuando mis fuerzas 
me abandonan.
10 Pues mis enemigos hablan contra 
mí y los que esperan mi muerte 
hacen sus planes.
11 Dicen: «Dios lo ha abandonado; 
persíganlo y agárrenlo, nadie lo ayudará».
12 Oh Dios, no te alejes de mí, Dios 
mío, ven pronto a socorrerme.
13 Que queden humillados, cubiertos 
de vergüenza, los que me ponen 
asechanzas.
Que el insulto y la infamia envuelvan 
a los que quieren mi desgracia.
14 Yo entonces, siempre en ti esperaré, 
y te alabaré como no se ha hecho 
nunca.
15 Mi boca contará tus obras justas 
y tu salvación a lo largo del día, 
pues son más de lo que podría decir.
16 Ahondaré las hazañas del Señor, 
recordaré tu justicia que es sólo 
tuya.
17 Oh Dios, me has enseñado desde 
joven, y hasta ahora anuncié tus 
maravillas; 18 si ahora estoy viejo y 
decrépito, oh Dios, no me abandones.
18 A esta generación anunciaré tu 
poder, y a los que vengan después, 
tu valentía 19 y tu justicia, oh Dios, 
que llega al cielo.
19 Pues, ¿Quién como tú, oh Dios, 
que has hecho grandes cosas?
20 Tú que me hiciste pasar tantas 
penas y miserias, volverás para hacerme 
revivir, y me harás subir de 
nuevo del abismo.
21 Volverás a ponerme de pie y 
tendré de nuevo tu consuelo.
22 Entonces te daré gracias al son 
del arpa por tu fidelidad, oh Dios.
Con la cítara te entonaré salmos, 
oh Santo de Israel.
23 Te aclamarán mis labios y mi 
alma que tú redimiste.
24 Tarareará mi lengua todo el día: 
«Es cierto que él es justo, pues están 
confundidos y humillados los que 
querían mi desgracia».


SALMO 72 (71)

El Rey de la paz.— La espera del Rey de la Paz, del que hará justicia a los humildes. La espera de la paz universal después de tanto empecinamiento en masacrarse los unos a los otros.

1 Oh Dios, comunica al rey tu juicio,
y tu justicia a ese hijo de rey,
2 para que juzgue a tu pueblo con justicia
y a tus pobres en los juicios que reclaman.
3 Que montes y colinas traigan al pueblo
la paz y la justicia.
4 Juzgará con justicia al bajo pueblo,
salvará a los hijos de los pobres,
pues al opresor aplastará.
5 Durará tanto tiempo como el sol,
como la luna a lo largo de los siglos.
6 Bajará como la lluvia sobre el césped,
como el chubasco que moja la tierra.
7 Florecerá en sus días la justicia,
y una gran paz hasta el fin de las lunas.
8 Pues domina del uno al otro Mar,
del Río hasta el confín de las tierras.
9 Ante él se arrodillará su adversario,
y el polvo morderán sus enemigos.
10 Los reyes de Tarsis y de las islas
le pagarán tributo;
los reyes de Arabia y de Etiopía
le harán llegar sus cuotas.
11 Ante él se postrarán todos los reyes,
y le servirán todas las naciones.
12 Pues librará al mendigo que a él clama,
al pequeño que de nadie tiene apoyo;
13 él se apiada del débil y del pobre,
él salvará la vida de los pobres;
14 de la opresión violenta rescata su vida,
y su sangre que es preciosa ante sus ojos.
15 Que él viva, que le den oro de Arabia,
y que sin tregua rueguen por él;
lo bendecirán el día entero.
16 ¡Abundancia de trigo habrá en la tierra,
que cubrirá la cima de los montes;
que abunde en fruto como el Líbano,
se multiplicarán como hierba de la tierra!
17 Que su nombre permanezca para siempre,
y perdure por siempre bajo el sol.
En él serán benditas
todas las razas de la tierra,
le desearán felicidad todas las naciones.
18 Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
pues sólo él hace maravillas.
19 Bendito sea por siempre su nombre de gloria,
que su gloria llene la tierra entera.
¡Amén, amén!
20 Aquí terminan las plegarias
de David, hijo de Jesé.

SALMO 82 (81)

Dios juzga a los jueces.— Dios convoca a los gobernantes del mundo, llamados «dioses» del mundo, es decir a los que,
teniendo autoridad sobre las naciones, comparten la tarea del Juez Supremo y deben hacerlo en nombre de Dios. Dios recuerda los derechos sagrados del pueblo. Los gobernantes también son mortales y rendirán cuentas.

1 Se ha puesto Dios de pie en la asamblea divina
para dictar sentencia en medio de los dioses:
2 «¿Hasta cuándo juzgarán inicuamente
y tendrán miramientos con los malos?
3 Denle el favor al débil y al huérfano,
hagan justicia al que sufre y al pobre;
4 si los ven tan débiles e indigentes,
sálvenlos de la mano de los impíos».
5 Esta gente no sabe ni comprende,
no dan más que vueltas en sus tinieblas,
y las bases de la tierra se conmueven.
6 Había dicho: «Ustedes serán dioses,
serán todos hijos del Altísimo».
7 Pero ahora como hombres morirán
y como seres de carne caerán».
8 Oh Dios, ponte de pie, juzga la tierra,
pues tú dominas todas las naciones.


SALMO 121 (120)

Dios no te faltará.- El peregrino hacia Jerusalén está pensando en las dificultades del viaje: el camino difícil, el calor del día, quizá en los peligros de parte de ladrones. Pero sabe que Dios ya está con él y que lo acompaña en el viaje

1 Dirijo la mirada hacia los montes:
¿De donde me llegará ayuda?
2 Mi socorro me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra
3 No deja que tu pie dé un paso en falso,
no duerme tu guardián;
4 jamás lo rinde el sueño o cabecea
el guardián de Israel.
5 El Señor es tu guardián y tu sombra, 
el Señor está a tu diestra.
6 Durante el día el sol no te maltratará,
ni la luna de noche.
7 Te preserva el Señor de todo mal,
él guarda tu alma.
8 El te guarda al salir y al regresar,
ahora y para siempre.

SALMO 124 (123)

Escapamos de la trampa del cazador.— «Hasta los cabellos de su cabeza están contados, ustedes valen más que los
pajaritos.»

1 De no estar el Señor en favor nuestro,
que lo diga Israel,
2 de no estar el Señor en favor nuestro,
cuando el mundo se lanzó contra nosotros,
3 nos habrían devorado vivos
en el fuego de su cólera.
4 Entonces las aguas nos habrían arrollado
y el torrente pasado por encima,
5 entonces habrían pasado sobre nuestra alma
las aguas impetuosas.
6 Bendito sea el Señor que no nos dio
por presa de sus dientes.
7 Nuestra alma como pájaro escapó
de la red que puso el cazador.
La malla se rompió
y nosotros escapamos.
8 Nuestro auxilio está en el Nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.








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